Tres cuentos de Francia (ilustrado) by AA. VV

Tres cuentos de Francia (ilustrado) by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2005-01-01T00:00:00+00:00


—¡Qué pena, matar a un muchacho tan guapo!

En efecto, su madre le asignaba unas tareas que iban a acabar por matarlo. Con la edad se había vuelto aún más lunática y más bruja. Primero mandaba a Faustino a la ciudad para que vendiera su hilo y le trajera el dinero; y lo habría molido a ruecazos si al pobre muchacho le hubieran sisado medio ochavo mataquinés. Así que jamás había errores en las cuentas.

Una de las singularidades del reino de Mataquín reside en la escasez de frambuesas; y no es que no se den los frambuesos, pues, todo lo contrario, en ningún país hay más; pero si las frambuesas no se recogen en un momento determinado, es suficiente un poco de sol y, adiós frambuesas, se queman sin remedio. En cambio, las frambuesas cogidas a punto, principalmente las que crecen en lo alto de las montañas, saben de maravilla, y no hay nada comparable en el mundo. Son tan deliciosas, que parece como si los mismos ángeles las hubieran cultivado y regado como pasatiempo. Ahora bien, la vieja Hilandera quería cada mañana para el almuerzo un plato de frambuesas, durante la estación entera, y, so pena de ser vapuleado como el hierro en la forja, el muchacho debía traer un cestillo de frambuesas a la vieja de su madre, que se las tragaba pinchándolas una a una con una aguja de hacer punto, sin darle jamás una a su hijo, que comía a su lado, sin murmurar, un trozo de pan negro.

Detrás de las montañas de Mataquín hay un país muy rico con el cual había sido imposible establecer comunicación porque las cumbres eran inaccesibles por ese lado y habría habido que gastar cien veces el valor de Mataquín para abrir un camino. Ahora bien, ese país vecino, que es Gulistán, produce una madera muy rara que alcanza un precio desorbitado, dado que al quemarla exhala olor a violeta y que su calor proporciona salud. La vieja Hilandera solamente quería calentarse con esa madera, que, comparada con el sambuco de Guinea, éste no vale nada. Obtenía de ese país infinidad de cosas que no se conocen en el reino de Mataquín. Así, cuando sus provisiones iban a acabarse, era preciso que el hijo arriesgara su vida atravesando montañas, glaciares y precipicios cubiertos de nieve para ir a buscar para su madre cuanto ésta necesitaba de Gulistán; y el pobrecillo, obediente, seguía repitiendo el horroroso viaje que había hecho por primera vez a la edad de doce años. Todo el dinero que ganaba su madre se iba en satisfacer sus caprichos.

A veces quería camisas de Jangac, hechas con janguequín auténtico, la tela más suave del mundo; y la vieja tenía una piel tan delicada que sólo quería llevar ese tejido. Y luego le daba lo mismo ponerse encima harapos, porque con una camisa así se encontraba como dentro de un vestido de plumas. Otras veces, su hijo tenía que traerle huevos de roca, que es la comida más exquisita, reservada a



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